viernes, 6 de diciembre de 2013

Para los próximos 30 años: Participación y Consulta

La siguiente opinión de la diputada Liempe fue publicada en “Diputados: 30 años de democracia”
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Sin dudas que a estos 30 años de democracia hay que festejarlos. Son minúsculas y marginales las expresiones que hoy no pueden alegrarse por este camino recorrido, y que todavía ansían un pasado autoritario.
Este sistema democrático lo estamos construyendo entre todos, pero, por esto, debemos avanzar en una discusión que nos interpele sobre qué tipo de democracia queremos y necesitamos.
Y, aquí, quiero detenerme porque el sistema democrático representativo es sin dudas un paso adelante hacia la felicidad de todos, pero no alcanza. No podemos inferir que votando una vez cada dos años, el pueblo va a sentirse representado. Debemos generar mecanismos para el conjunto de los habitantes tome decisiones concretas sobre temas sensibles y vertebrales para sus vidas.
Provengo de dos lugares donde la representación democrática se ejerce en niveles directos y participativos, donde no se debe delegar, sino que cada uno de los actores debe decidir sobre lo que cree más justo y necesario: el mundo del trabajo organizado y los pueblos originarios.
En estos espacios, son las Asambleas quienes toman decisiones. Es la consulta permanente la que motoriza los avances y retrocesos del conjunto. No podemos pensar que los representantes son iluminados que cuentan con la verdad y que sus decisiones van a ser las correctas siempre. Un representante o dirigente, debe recurrir permanentemente a las bases para que estas guíen su camino.
Asimismo, creo necesaria una reflexión sobre espacios donde la luz de la democracia pareciera penetrar tenuemente: los partidos políticos.
Debemos lograr que en los próximos años, el sistema de partidos profundice su apertura a la ciudadanía, haciéndola más participativa. Esta crisis de representatividad que vivimos desde la crisis del 2001, sin dudas también tiene que ver con que los partidos no ofrecen seriamente niveles de participación concretos. Y esto, porque se han transformado en guetos de poder, donde dirigentes se perpetúan en sus lugares, entendiendo la política como una profesión y no como la herramienta transformadora de las injusticias.
Son muchas las cuentas que quedan pendientes en estos 30 años.
Uno de ellas, que me toca en lo más profundo, es el de la opresión que sufren los Pueblos Originarios. Decenas de hermanos aborígenes padecen el hecho de no ser reconocidos; de que sus derechos ancestrales no sean respetados; de no contar con representantes legítimamente elegidos; y de que no se les reconozca el derecho comunitario a la propiedad de la tierra. Pero sin embargo, en tiempos electorales, se los usa políticamente, se los maquilla para la foto de campaña y se los presenta como una de las banderas de lucha sobre la cual se va a trabajar. Y ahí quedan, en la foto, sin recibir nada a cambio.
La luz de la democracia representativa debe llegar allí. No podemos seguir negando nuestro pasado, porque nunca vamos a poder erigirnos como un país que incluya a todos. Debemos lograr que se aplique para los pueblos ancestrales el Convenio 169, para que sean las comunidades quienes se elijan sus representantes.
Para finalizar, dos claves para ayudar a pensar la democracia que queremos: participación y consulta, como las herramientas que traerán felicidad a nuestro pueblo.

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